ORTEGA Y SCHMITT: Filosofías Políticas del Siglo XX
Por Nicolas Martínez Sáez [*]
Resumen
El filósofo español José Ortega y Gasset y el jurista alemán Carl Schmitt son dos importantes pensadores que en el siglo XX han coincidido en sus intereses por la filosofía política. Ofreciendo perspectivas divergentes, en tiempos cronológicamente cercanos, han escritos sus obras políticas más influyentes: La rebelión de las masas (1930) y El concepto de lo político (1932) respectivamente.
La inquietud que motiva a realizar este trabajo es consecuencia de haber advertidolos notables contrapuntosque se dan en la obra de ambos filósofoscon respectoa susideas sobre el Estado y las formas de convivencia política. Estas diferencias aparecen cuando tanto el pensador español como el pensador alemán respiran una atmósfera común caracterizadapor el ascenso y consolidación de las masas en el poder posibilitado por el inédito crecimiento de la técnica.
El contexto de ascenso
José Ortega y Gasset (1883-1955) y Carl Schmitt (1888-1985) son dos pensadores que, si bien pertenecen a distintos países, asisten al mismo fenómeno de ascenso de las masas al poder político de Europa en el inicio del siglo XX. ¿Por qué las masas acceden al poder político en aquel momento? ¿Quienesson estos nuevos hombres-masa? ¿Qué los caracteriza?
Empecemos por Ortega. En su obra, La rebelión de las masas, ensaya respuestas a tal fenómeno y sostiene que es el aumento del progreso técnico y sus consecuencias en la civilización occidental lo que ha permitido que las masas accedan a lugares donde antes no accedían, inclusive al poder político, provocando lo que denominara el hecho de la aglomeración o, bien, del “lleno”:
“Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. […] Lo que antes no solía ser problema, empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio.”(Ortega y Gasset, 1983, págs. 39-40)
Ortega no duda en anunciar el peligro que se avecina como consecuencia de la toma del poder por parte de las masas, ya que éstas ignoran las condiciones de posibilidad de su propia existencia, esto es, la democracia liberal, la experimentación científica y el industrialismo, los dos últimos, también podrían resumirseen un solo concepto: la técnica. Estos principios no son propios ni del siglo XIX ni del siglo XX sino que son anteriores. El siglo XIX ha tenido el mérito no de su invención sino de su implantación y por esto, Ortega, considera a dicho siglo como esencialmente revolucionario.
La rebelión de las masas, comienza a escribirse en el año 1927, y allí seafirma que en Europa se está dando el triunfo de un tipo de homogeneidad asfixiante: la del hombre-masa, un hombre hermético e indócil, carente de intimidad, sin un yo inalienable y, por esto, siempre dispuesto a fingir ser cualquier cosa. Este hombre-masa cree que sólo tiene derechos y ninguna obligación, es un hombre sin la nobleza que obliga (snob) y fundamentalmente hostil al liberalismo.
Es importante destacar que Ortega no identifica al hombre-masa ni con el obrero ni con una clase social, ya que considera que en todas las clases sociales hay hombres-masa cuya propiedad esencial, la de ser masa, es un modo de ser del hombre que posee fundamentalmente dos rasgos psicológicos: (i) la expansión libre de sus deseos vitales y (ii) la radical ingratitud hacia todo lo pretérito que posibilitó la facilidad de su existencia sin previo esfuerzo. El filósofo señala que tal estado se correspondecon la psicología del niño “mimado”que en su afán de vivir suele destruir las causas de su propia vida.
Una atmósfera común es la que respira el jurista alemán Carl Schmittque afirma que con la llegada de la democracia de masas en el siglo XX se ha provocado un debilitamiento del Estado, al tiempo que impera, entre las masas, una fe religiosa en la tecnología. Al igual que Ortega, Schmitt piensa que las nuevas clases y masas surgieron sobre la tabula rasa creada por la tecnificación total:
“De las profundidades de una nada cultural y social salieron en erupción constantemente nuevas masas, extrañas y hasta enemigas de la formación y del buen gusto tradicionales.”(Schmitt, 1932, pág. 57)
Schmitt considera que la decadencia europea es consecuencia delproceso de modernización, racionalización y apartamiento de la Iglesia que condujo a la implantación del Estado liberal y neutral, cuyas características fundamentales son la despolitización de la sociedad y su sometimiento aldilema entre ética (espiritualidad) y economía (negocios).
Entre las discrepanciasque es posible encontrar en el pensamiento de ambos filósofos las hay también históricas: Ortega reconoce que la Edad Media fue un tiempo en el que no había mando y donde se amaba o se odiaba, y que sólo a través de la libre opinión es cuando se ha dado y avanzado hacia la civilización; Schmitt, en cambio, añora los tiempos en que mandaba la Iglesia ya que los considera tiempos de unidad política y de decisión.
Tanto Ortega como Schmitt rescatan de su presente la forma de vida democrática, sin embargo, la coincidencia parece ser apenas terminológica ya que entienden de manera muy diferente su contenido y desarrollo histórico. Mientras Ortega ve a la democracia liberal comocausa y solución perfectible de la decadencia europea, Schmitt ve que tal decadencia es la consecuencia de la asociación de la democracia con un liberalismo que la perturba y que aniquila lo político al presentarse hostil a la unidad política del Estado.
Discusión o decisión
A Schmitt, no le agradan las discusiones interminables. Adhiere a la idea de que el Estado debe ser soberano y tomar decisiones. Puesto que las masas han accedido al poder, han debilitado al Estado democrático cuando éste debiera ser fuerte para la toma de decisiones. Para el filósofo alemán, las instancias intermedias, como las que auspician los sistemas parlamentarios no son factibles de concreción, y considera que en el parlamentarismo los representantes son los representantes del partido y, liberalismo mediante, se ha creado una lamentable doctrina de la división y el contrapeso de los poderes que actúan como sistemas de barreras y controles del Estado.
En consecuencia, Schmitt, proclama como superación del Estado liberal, neutral y despolitizado lo que denomina el Estado total, el cual organiza la sociedad y en el que no hay división entre Estado y sociedad. Así pues, necesariamente, todas las cuestiones sociales se vuelven estatales y todas las cuestiones estatales se vuelven sociales. Las áreas neutrales (religión, cultura, educación y economía) pierden su neutralidad y dejan de ser no-estatales y no-políticas. Plantearomper la sutura de los términos democracia y liberalismo, que se ha denominado conjuntamente “democracia liberal”, y advierte que el liberalismo con su típico dilema entre espíritu y economía ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un competidor por el lado de los negocios y en un adversario polemizador por el lado de la moral. Así entonces, considera que la teoría pluralista del Estado, surgida en los países anglosajones, consiste en negar la unidad política y en subrayar que el individuo vive en una diversidad de uniones y relaciones sociales. Un mundo como éste, en el cual la posibilidad de un combate estuviese totalmente eliminada y desterrada, sería un mundo sin diferenciación de amigos y enemigos, y por lo tanto, sin vida política. Podrá haber contraposiciones pero ninguna que hiciera que los hombres derramen sangre y den muerte a otros seres humanos.
La cosa es bien distinta en Ortega, que considera que la forma política que ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal, ya que lleva al extremo la resolución de contar con el prójimo y es el prototipo de la ‘acción indirecta’. La crítica del filósofo español va dirigida a la imposición triunfal de lo que llama la hiperdemocracia, en la que la masa actúa directamente sin ley utilizando mecanismos de presiones materiales e imponiendo sus aspiraciones y gustos. La masa, hermética intelectualmente, reniega de lo individual, lo diferente, lo calificado y lo selecto pretendiendo eliminarlo. Al asumir las masas el poder político, no toleran la oposición y aspiran aarrollarla.
Ortega reconoce que en su tiempo se habla mal del Parlamento diciendo que no es eficaz, pero añade que el problema de las instituciones no es que deben suprimirse, tal como le gustaría a Schmitt, sino que se deben revisar las tareas para las cuales están destinadas tales instituciones y por eso insiste en proponer una reforma del Parlamento y no su eliminación por inutilidad. El desprestigio del Parlamento, según el filósofo español, procede de que el europeo no sabe en qué emplearlo y, a la vez, no le debe ningún respeto a su Estado.
Los teorizadores del liberalismo como Stuart Mill y Spencer, en realidad, sorprenden ya que su presunta defensa del individuo no se basa en mostrar que la libertad beneficia o interesa a éste, sino todo lo contrario, en que beneficia o interesa a la sociedad. Por esto es que Ortega no se considera un “viejo liberal” debido a que el descubrimiento de lo social y de lo colectivo, nos dice en La rebelión de las masas, es algo reciente, esencial y glorioso. A pesar de ello, el fenómeno de lo social o colectivo tiene dos caras: por un lado ha significado una ascenso cuantitativo de la vida humana en su totalidad, un mayor número y calidad de goces que el hombre medio ha alcanzado, y por el otro lado,lo colectivo se presenta como algo terrible y pavoroso al vincularse conel brutal imperio de las masas.
El filósofo español encuentra sus ideas predibujadas en pensadores como Stuart Mill, Tocqueville o Comte, y visualiza en el horizonte la posibilidad de un nuevo liberalismo. Reconoce que la democracia liberal, fundada en la creación de la técnica, es el tipo de vida pública superior conocida hasta el momento. No niega que otra vida imaginable pueda ser mejor pero rechaza un retorno a las formas de vida inferiores a las del siglo XIX por considerar que tal retorno sería un suicidio.
Ortega, que celebra el diálogo y la discusión, se ve en una encrucijada, ya que el hombre-masa es pura potencia del mayor bien pero también del mayor mal. Schmitt, que por el contrario no celebra las discusiones sino las decisiones, evita la encrucijada al presentar en forma unívoca al liberalismo como el enemigo y el causante de la decadencia europea.
La política y la posibilidad de intimidad
El Estado total promovido por Schmitt podría reducirse a la fórmula: “Todo es político” .Reconoce que en general se usa el término político como político-partidario y la demanda de una despolitización significa una superación del partidismo tal como lo entienden los liberales, cuya ecuación político = partidario, es posible cuando pierde fuerza la concepción de la unidad política del Estado.
“El Estado total sustentador de la identidad de Estado y sociedad – un Estado que no se desinteresa por ningún rubro y que potencialmente abarca a todos los rubros – aparece como contra-concepto polémico, opuesto a estas neutralizaciones y despolitizaciones de importantes rubros.” (Schmitt, 1932, pág. 13)
Schmitt cree que cuando los liberales utilizan el concepto de ‘humanidad’ lo que quieren hacer es eliminar la posibilidad de un enemigo, ya quede esta manera no por ser alguien enemigo dejará de ser humano. En verdad, para el pensador alemán, el concepto de ‘humanidad’ es un instrumento político especialmente útil para las expansiones imperialistas y, en su forma ético-humanitaria, un vehículo específico del liberalismo económico. Así entonces, considera que ‘humanidad’ es un concepto abarcador, para nada plural y cargado de ideología política. Señala que a pesar de esto,incluso cuando es considerado por los liberales como un concepto apolítico, no se hace más que abonar la diferenciación entre los amigos (la humanidad) y los enemigos (los inhumanos). En consecuencia, ironiza acercade cuántas guerras se han librado en nombre de la supuesta ‘humanidad’.
El interés de Schmittes abandonar cualquier contraposición de lo social (religión, cultura, educación o economía) con lo político, por considerar que ninguna de estas cuestiones queda ajena de lo político al ser éste quien absorbe e invade a todas las demás esferas. En este sentido, la unidad política es necesaria en vistas de un posible caso decisivo de combate contra un enemigo real. Puede deducirse, entonces, que la moral privada y la intimidadse quedan sin un espaciovital, a pesar de que Schmitt, se apresura a aclarar que tal unidad no significa que, si una persona pertenece a una unidad política, cada detalle de su vida tiene que estar determinado y comandado desde lo político.
Lo que en Schmitt es un instrumento ideológico del liberalismo, a saber, la referencia constante al término ‘humanidad’, le parece a Ortega una forma abusiva de la demagogia. En el prólogo para franceses de La rebelión de las masas ya se anuncia la imposibilidad del entendimiento entre los hombres a través del lenguaje, que condenados a una radical soledad, se extenúan en sus esfuerzos por llegar al prójimo. Para Ortega el lenguaje dice más o menos una parte de lo que pensamos y, si bien sirve para enunciados y pruebas matemáticas, a medida que los asuntos se hacen más importantes, más humanos,va aumentando la imprecisión y el confucionismo. Así pues, se olvida demasiado pronto que todo auténtico decir no sólo dice algo, sino que lo dice alguien a alguien. En todo decir hay un emisor y un receptor que no son indiferentes al significado de las palabras, el cual varía cuando aquellos varían. Por ello la costumbre de hablar a la ‘humanidad’ le parece, al filósofo español, una forma despreciable de demagogia que los intelectuales descarriados suelen ejercen cuando abusan irrespetuosamente de esta palabra sin darse cuenta de que ella es un sacramento de muy delicada administración.
El Estado, para el pensador español, significa la voluntad de hacer algo común y, para que exista, debe tener unaunidad no fundada ni en la sangre, ni en el idioma ni en las fronteras naturales sino en algo que supere a tal principio material: un quehacer comunal, un proyecto para organizar un cierto tipo de vida común. Ni la sangre, ni el idioma fundan al Estado. Este quehacer comunal nada tiene que ver con lo que el filósofo considera como el mayor peligro: el Estado total, y junto con él, la absorción de toda espontaneidad social, la anulación de la espontaneidad histórica, la burocratización de la vida y la disminución de la riqueza.
Según Ortega, la sociedad, que antes había creado al Estado como utensilio para una mejor vida, comienza a vivir para el Estado y las masas a identificarse con él:
“La masa se dice: ‘El Estado soy yo’, lo cual es un perfecto error. […] Pero el caso es que el hombre-masa cree, en efecto, que él es el Estado, y tenderá cada vez más a hacerle funcionar con cualquier pretexto, a aplastar con él toda minoría creadora que lo perturbe – que lo perturbe en cualquier orden: en política, en ideas, en industria”. (Ortega y Gasset, 1983, pág. 121)
Se desprende de aquí, que las opiniones, los apetitos, las preferencias y los gustos se convierten en cuestiones políticas, y así, el hombre-masa, tenderá a afirmar e imponer como verdaderos por el mero hecho de ser el poseedor de dichas opiniones, apetitos, preferencias y gustos.
Lo que es valorado positivamente por Schmitt, el Estado total, es criticado por Ortega cuando se refiere al politicismo integral, al caracterizar a éste por la absorción de todas las cosas y de todo hombre por la política. El hombre-masa, al haber perdido capacidad de religión o conocimiento, no puede tener dentro más que política, la cual, lo vacía de soledad e intimidad. La predicación del politicismo integral conforma la técnica utilizada para socializar al hombre-masa y Ortega lo advierte al observar a Mussolini pregonar con petulancia fórmulas como “Todo por el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
Algo de arcángel o un enemigo “a muerte”
Schmitt critica el optimismo antropológico del que parte el liberalismo al creer en la bondad humana y, en consecuencia, en que el Estado debe estar controlado, mantenido dentro de límites bien precisos y puesto al servicio del individuo. El liberalismo somete lo político desde lo ético y lo económico. La teoría del optimismo antropológico anula la posibilidad del enemigo y, así, toda consecuencia política. Por ello, Schmitt, rescata el pesimismo de Maquiavelo y Hobbespor permitir la existencia real o la posibilidad de una diferenciación entre amigos y enemigos.
Para Schmitt la división constitutiva y fundante de la política es la división entre amigos y enemigos, y cualquier anhelo de que tal diferenciación desaparezca de la faz de la tierra le parece una ficción. El enemigo no es el competidor ni el adversario privado al cual se lo odia por motivos emocionales de antipatía, sino sólo un conjunto de personas a las que se combate en la esfera pública, y en consecuencia, el enemigo es solamente el enemigo público:
“Al enemigo en el sentido político no hay por qué odiarlo personalmente y recién en la esfera de lo privado tiene sentido amar a nuestro ‘enemigo’, vale decir: a nuestro adversario.” (Schmitt, 1932, pág. 18)
Al concepto de enemigo le corresponde la eventualidad del combate, y tal sentido es bien concreto, por relacionarse con la posibilidad real de la muerte física. No obstante, la guerra no tiene por qué ser algo cotidiano, ni algo ideal o deseable. La guerra sólo está presente como posibilidad real que le da significado al concepto de enemigo, y por tanto, a lo político. Schmitt piensa que lo político tiene un criterio de diferenciación de distinta especiedel que tienen otras áreas como la moral (el criterio del bien y del mal), la económica (el criterio de la utilidad o perjudicialidad) o lo estético (el criterio de la belleza o fealdad). La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo, y tal diferenciación es autónoma del resto, ya que no está sustentada en ninguna de las anteriores. En suma, la diferenciación entre amigos y enemigos tiene el sentido de expresar el máximo grado de intensidad de un vínculo o de una separación.
En Schmitt, el enemigo es el esencialmente otro, el extraño y el diferente en un sentido existencial. Con el enemigo no se debate, él es la otredad más radical. Los conflictos con el enemigo, en un caso extremo, no pueden ser resueltos por una normativa general establecida o por un tercero “neutral”, sino que sólo pueden ser resueltos por los mismos participantes que decidirán si la forma de ser diferente del extraño representa la negación de la forma existencial propia y, por tanto, debeser combatida. Sin un agrupamiento entre amigos y enemigos no existe lo político y, como consecuencia de esto, la política queda fundada en la posibilidad real de guerra entre ambos agrupamientos, es decir, la vida política encuentra su fundamento en la ultima ratio.
Ahora bien, a Ortega, se lo puede ubicar en las antípodas de esta filosofía, fundada en la doctrina del amigo\enemigo, ya que considera a la política como aquella donde es posible convivir con el enemigo, y que sólo cuando se da su fracaso, podría haber una recaída enestaultima ratio.
El filósofo español reprocha la actitud del hombre-masa de considerar enemigo a quien no vive como “todo el mundo” o a quien no piensa como “todo el mundo”. Considera que el hombre-masa, a pesar de tener el mundo y su vida abierta, tiene cerrada el alma y se hace de un hermetismo intelectual. Dentro de sí contiene un repertorio de fórmulas, consignas e ideas con las cuales se contenta y se apropia acríticamente. Al hombre-masa no le basta su propia satisfacción y, por esto, avanza en las arenas políticas.
Ortega advierte en el sindicalismo y en el fascismo, movimientos políticos de hombres-masas que no quieren dar razones ni tener razón, sino sencillamente imponer sus opiniones y aplastar y aniquilar a todo grupo opositor. La masa odia a muerte lo que no es ella.
Por ello, en La rebelión de las masas, se expresaque la forma superior de convivencia, es decir, de la política como actividad del hombre, es el diálogo, a través del cual se discuten las razones de nuestras ideas. El hombre-masa, instintivamente, repudia el diálogo, que en sí mismo conlleva un acatamiento a algo externo, y por esto, se dice que en Europa, lo nuevo es ‘acabar con las discusiones’. Se detesta toda forma de convivencia que implique acatamiento de normas objetivas, desde la conversación hasta el Parlamento.
Ortega reconoce que nunca fue fácil el acercamiento al hombre, describe a éste como una‘fiera con veleidades de arcángel’, y señala que históricamente se ha acudido a la violencia. Muchas veces ésta fue la respuesta a la que se recurría luego de haber agotado todos los demás medios para defender la razón y la justicia que se creía tener. La violencia es la razón exasperada, la ultima ratio y, en consecuencia, la civilización es el ensayo de reducirla al máximo. El filósofo señala que el hombre-masa invierte los términos a partir de la ‘acción directa’ al proclamar la violencia como prima ratio, como única razón, y así, la masa actúa sólo de una manera: linchando. Al establecerse la ‘acción directa’ no ya como algo casual o infrecuente sino como norma, se suprimen las instancias indirectas que, para Ortega, han sido las bases de la civilización, esto es, ante todo la voluntad de convivencia, la de contar cada persona con las demás. El hombre-masa, por el contrario, se basta a sí mismo y rechaza cualquier norma y uso intermediario que se imponga en su vida. La violencia se convierte, entonces, en la única ratio, la única doctrina y la norma. El liberalismo de Ortega, en cambio, promueve la convivencia con el enemigo:
“El liberalismo –conviene hoy recordar esto- es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo, más aún, con el enemigo débil.” (Ortega y Gasset, 1983, pág. 88)
Ortega se muestra esperanzado de que la especie humana pueda llegar a convivir con el enemigo y a gobernar con la oposición, aunque esto le parezca tan antinatural pero de una gran belleza y elegancia.
Lo que Ortega considera debe ser el fundamento de la política, el diálogo y la discusión, es lo que Schmitt quiere acabar al considerar que las altas cumbres de la política son los momentos donde el enemigo es percibido como tal con nitidez concreta. Se podría afirmar, entonces, que mientras Schmitt funda la política en la ultima ratio, Ortega considera que la política se funda en la aspiración del ser humano a vivir en sociedad, y cuyo fracaso tiene como consecuencia a la ultima ratio.
Conclusiones
Tanto Ortega como Schmitt son atentos observadores del ascenso de las masas al poder político europeo posibilitado en gran parte por los avances técnicos y científicos. Uno y otro señalan la presente decadencia europea: el primero, culpando a los hombres-masas por su ingratitud hacia el pasado y la falta de sujeción a cualquier norma u obligación; el segundo, responsabilizando de tal decadencia al liberalismo y a su pretensión de neutralidad y superación de la política.
El Estado liberal que promueve Ortega tiene como base esencial la división de poderes y la diferencia entre sociedad y Estado. Por el contrario, el Estado total que proclama Schmittes aquel en donde se da una identificación entre sociedad y Estado.
Defendiendo al Parlamento de los que lo menosprecian por inutilidad y a favor del diálogo y las discusiones racionales, Ortega propone la reforma del Parlamento y un nuevo liberalismo que incluya el esencial componente social. A favor de la unidad política del Estado y en detrimento del Parlamento y sus discusiones interminables, Schmitt se afirma en la diferenciación entre amigos y enemigos como fundamento y posibilidad de la existencia de lo político. Aun cuando Schmitt afirma que el enemigo es siempre enemigo público y que es posible amarlo en la esfera privada, parece dudoso pensar que a quien se lo odie en el ámbito públicose lo ame en el ámbito privado.
Ni Ortega, ni Schmitt parten de un optimismo antropológico. Schmitt rescata las concepciones de Maquiavelo y Hobbes que posibilitan la diferenciación entre amigos y enemigos y, por lo tanto, la vida política. Ortega reconoce que el ser humano no puede, sin más ni más, aproximarse a otro ser humano y considera que la técnica de aproximación más notoria y visible a lo largo de toda la historia ha sido el saludo. Mientras Schmitt afirma que la cumbre de la alta política está en diferenciar al enemigo con concreta nitidez, en Ortega, la cumbre, parece estar en el esfuerzo dialógicopor la convivencia. Se podría afirmar, entonces, a modo de síntesis, que la cumbre de Schmitt es el abismo de Ortega.
Para concluir, y a modo de reflexión final acerca de la vigencia del pensamiento político de ambos filósofos, diré que en la actualidad, mientras Ortega es un filósofo poco estudiado en los ambientes académicos, lamentablemente, Schmitt es un pensador resucitado por una elite intelectual de izquierda que ha comenzado a influir en las clases políticas dirigentes que conducen muchos gobiernos populistas en el mundo y en particular en América Latina. Será propósito de otro trabajo explorar las vinculaciones entre el pensamiento político de Schmitt y la actual doctrina populista. Mientras tanto, considero imprescindible y necesario releer y repetir con Ortega que “en una época como la nuestra, de puras ‘corrientes’ y abandonos, es bueno tomar contacto con hombres que no se ‘dejen llevar’”.
Notas
[*] Cursando el Profesorado de Filosofía en U.N.M.P. El autor solicita que cualquier comentario se lo dirijan por favor a martinezsaeznicolas@gmail.com .
Bibliografía
Ortega y Gasset, J. (1983). La rebelión de las masas. Argentina: Orbis S.A.
Schmitt, C. (1932). El concepto de lo político. (D. Martos, Trad.)
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Publicado 12-03-2012
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